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Imatge: paleta de colors Pantone

Ser blanca no es un pantone

Brigitte Vasallo.

 

Cuando hablamos y señalamos el racismo caemos a menudo en la trampa de considerar que la raza es una propiedad del cuerpo y no una construcción social sustentada en estructuras de dominación, exclusión y violencia. De la misma manera que el género no tiene que ver con los órganos del cuerpo sino con la construcción social que se hace con esos órganos, la raza no habla de colores de piel sino de privilegios y opresiones. Así, ser blanca no es un pantone, no es tener la piel pálida, sino beneficiar de toda una serie de privilegios estructurales que vienen asociados a la piel pálida, el apellido, el lugar de nacimiento…

Una vez más, la opresión no funciona de manera lineal, simplemente. Como ha desarrollado ampliamente Patricia Hill Collins bajo la idea de “matriz de dominación”, no existe una escala en la que poder medir las opresiones, sino que debemos atender a infinidad de ejes que se entrelazan y que incluyen el género, la clase, la edad, la normativización de las capacidades y un largo etcétera.

Pero, apuntado esto, focalicemos en la raza.

En un mundo racista, cualquier persona blanca tiene privilegios raciales innegables. Y lo afirmo acotando mi lugar de enunciación, como propone Donna Haraway, precisamente para no caer en ese gran privilegio blanco que es la neutralidad. No soy un sujeto neutro, un sujeto objetivo frente a la alteridad subjetivada: soy blanca, con todos sus beneficios, y desde esa whiteness, desde esa “blanquitud” (que me niego a traducir como blancura por ser un término altamente positivado) pienso en las trampas que niegan o minimizan el alcance del racismo.

La raza no es siempre lo que parece y existe lo que podríamos denominar, utilizando terminología trans, el passing de raza: personas que aún teniendo la piel pálida no benefician de la blanquitud como categoría de privilegio racial y sufren la opresión racista. Del mismo modo, no es lo mismo tener una piel morena que estar racializada: como afirma la antropóloga Salma Amazian, “tomar el sol no te hace subalterna”.

Ramón Grosfoguel desarrolla la idea de que las marcas del racismo son variables y no siempre refieren al cuerpo. Así, por ejemplo, la islamofobia es una forma de racismo que no solo opera sobre los indicadores clásicos sino que se construye sobre un batiburrillo de cultura, religión, procedencia y racialización que afecta a un amplio espectro de población más allá de su apariencia o a su autodenominación como musulmanes o musulmanas. Como afirma Leti Volpp “el 11-S facilitó la consolidación de una nueva categoría identitaria que agrupa a personas que parecen de Oriente Medio, árabes o musulmanas”. Esta consolidación refleja una racialización donde los miembros de este grupo son identificados como terroristas, y des-identificados como ciudadanos (Puar, 2007)”. Así, en un contexto islamófobo, una persona musulmana “no es blanca” en tanto que sufre de discriminación racista como musulmana o por ser leída como musulmana. Tenga la piel, el origen y el pasaporte que tenga. Si la piel, el origen o el pasaporte matizan la incidencia del racismo no es a mí de nombrarlo: desde mi completa blanquitud, origen europeo y pasaporte marrón no estoy en situación de señalarle privilegios raciales a nadie más que a mí misma.

Afirmar esto, por lo tanto, no es negarle el derecho a definirse como blanca a quien así lo desee. Por el contrario es negarme a invisibilizar y minimizar las violencias que sufren las demás y que ejercen estructuras que incorporo, actúan en mi nombre y me benefician.

Aclaro, para que no se me atribuya una autoría del todo inmerecida, que las ideas que aquí expongo no son propias. Son la mera redacción de algo que las personas subalternizadas han repetido por activa y por pasiva. Lo han dicho, escrito y desarrollado de infinitas maneras. Pero en cuestiones de racismo, las blancas tenemos una sordera apabullante. Esta sordera es uno de nuestros privilegios. Los blancos y blancas, con pasaportes europeos y apellidos certificados beneficiamos del privilegio de la indiferencia ante la lucha antirracista y contra la islamofobia. Poder escoger si ponemos el cuerpo o lo dejamos tranquilamente viendo la vida pasar es hacer uso implícito de ese privilegio. La lucha contra el racismo en todas sus formas, incluida la islamofobia, no puede ser una elección: es una obligación, una necesidad y una urgencia para todos y todas, especialmente para las que beneficiamos del sistema racista. Y es necesario hacerlo, además, atendiendo a todas las complejidades y peligros de nuestra implicación en esa lucha, y que van desde el liderazgo blanco, hasta la reapropiación cultural o la usurpación del lugar de enunciación. La problematización del lugar de los y las blancas en la lucha antirracista es absolutamente necesaria, pero no puede ser la excusa para la desafección. Cuando la Europa blanca se muestra en todo su fascismo y racismo no podemos permitirnos el lujo de la indiferencia ni el miedo al error. Tenemos que poner el cuerpo, los afectos y todas nuestras energías para articularnos desde la diferencia, desde nuestros múltiples, complejos y contradictorios lugares de enunciación para, como decía Spivak, hacer un uso estratégico de las identidades para definir alianzas temporales, móviles, matizadas y polisémicas. El camino está lleno de dificultades, de circunstancias concretas y de errores, pero ninguno es comparable a una pasividad y un silencio cómplice con la violencia y el racismo.

 

 

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7 Comments
  • Ser blanca no es un pantone

    25 febrer, 2016 at 7:39 am Respon

    […] Ser blanca no es un pantone […]

  • Fátima Raine

    25 febrer, 2016 at 8:47 am Respon

    Creo que el racismo lo estás cometiendo tú al equiparar o relacionar raza con religión.

    En el mundo musulmán hay mucha población que es caucásica (Irán y Turquía principalmente) y el país musulmán más poblado es asiático (Indonesia), gente con fenotipos moros que no son musulmanes (coptos, yazidíes) y cada vez más europeos caucásicos conversos.

    Sin embargo en este artículo se relaciona de alguna extraña forma religión y raza, y no, el racismo es una cosa y la discriminación religiosa otra.

    • Collectiuimes

      25 febrer, 2016 at 10:03 am Respon

      Hola Fátima, gracias por tu comentario.

      Efectivamente, el racismo es un mecanismo de exclusión y violencia que va mucho más allá de las formas que tengan los cuerpos. El paso del racismo clásico (sobre la construcción de la raza) al racismo contemporáneo (sobre construcciones culturales o civilizacionales) lo desarrolla ampliamente Ramón Grosfoguel. En su teoría, el racismo va buscando “excusas” o coartadas para imponerse, y esas coartadas van cambiando según las épocas y los contextos. Es desde ahí que entendemos la islamofobia como una forma de racismo.
      Os compartimos un link donde él lo explica ampliamente en un desarrollo que, más allá de ser correcto o no, abre un marco interesante para pensar esos mecanismo de exclusión y violencia de manera amplia y transversal.
      https://youtu.be/DYks4qCoZEo

  • Brigitte Vasallo

    25 febrer, 2016 at 9:58 am Respon

    Hola Fátima, gracias por tu comentario.

    Efectivamente, el racismo es un mecanismo de exclusión y violencia que va mucho más allá de las formas que tengan los cuerpos. El paso del racismo clásico (sobre la construcción de la raza) al racismo contemporáneo (sobre construcciones culturales o civilizacionales) lo desarrolla ampliamente Ramón Grosfoguel. En su teoría, el racismo va buscando “excusas” o coartadas para imponerse, y esas coartadas van cambiando según las épocas y los contextos. Es desde ahí que entendemos la islamofobia como una forma de racismo.
    Os comparto un link donde él lo explica ampliamente en un desarrollo que, más allá de ser correcto o no, abre un marco interesante para pensar esos mecanismo de exclusión y violencia de manera amplia y transversal.
    https://youtu.be/DYks4qCoZEo

  • Natalia

    25 febrer, 2016 at 11:10 am Respon

    Gracias a Brigitte, por su labor de deconstrucción y denuncia de unos privilegios que no son percibidos como tales. La islamofobia es una forma de racismo. Solo una persona que no conoce el trabajo de la autora podría hacer afirmaciones del tipo “el racismo lo estás cometiendo tú al equiparar o relacionar raza con religión”. Aquí se usa el concepto “racismo” como herramienta analítica de unos procesos de discriminación que afectan a todas las personas que son percibidas como “el otro”, “el moro”, “el negro”, “el inmigrante”, etc. No hace mucho, en unas jornadas en las que participé, una de las ponentes no dejaba de decirme “porque vosotros los marroquíes”, ya que sabía que yo era musulmana (aunque no soy de origen marroquí). Es un ejemplo que ilustra cómo somos percibidos y cómo somos tratados, en función del imaginario colectivo, incluso entre aquellas personas que somos de piel blanca pero de “otra” religión. Visibilizar esos mecanismos cómo va a ser “ser racista”?? Lo preocupante es lo que se denuncia en el artículo: la indiferencia, la neutralidad y la no visibilización de esos mecanismos de opresión. Como decía Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

  • M. Laure Rodríguez Quiroga

    25 febrer, 2016 at 4:09 pm Respon

    Brillante la descripción e información que aporta Brigitte. Creo que resume de forma clara los privilegios de la “blanquitud”, un concepto que va más allá del color de la piel. Ser española y musulmana es sinónimo de ser tratada como norteafricana, por lo menos. No importa si tiene unos apellidos más españoles que Manolete. Si es musulmana, es de fuera y por lo tanto, o se adapta a las dádivas del sistema o “te largas a tu país”.

    Igualmente la “blanquitud” es lo que ha venido desarrollándose en los últimos siglos, cuando se impuso un monolitismo religioso impuesto por la fuerza de conversión.

  • […] tomando prestadas las palabras de Brigitte Vasallo (en i+): “Cuando la Europa blanca se muestra en todo su fascismo y racismo no podemos permitirnos el […]

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